Te doy la bienvenida a La Resaca, ese lugar donde se habla de un partido que era mejor verlo con una cerveza en la mano que con un teclado.
Crear cuesta tiempo, crear con sentido aún más. El pasado sábado conocí por primera vez los Museos Vaticanos y la Capilla Sixtina, una experiencia a la que no hay palabras ni imágenes que hagan honor a su dimensión. Siempre fui un friki del arte, no porque conozca mucho, sino porque dejo que una obra penetre en mí y me transforme. Cuando estuve frente al fresco de la Escuela de Atenas un par de lágrimas se escaparon. Cuando miré arriba en la Capilla, sentí como las piernas me temblaban, como si hubiese corrido una maratón.
«El trabajo nos hará libre», decía un filosofo que no voy a citar porque podría extenderme. Pero quiero contradecirlo, no cualquier trabajo y no cualquier trabajador está designado para la tarea de crear. Por eso la Sixtina fue encargada a Miguel Ángel, por eso la Escuela de Atenas fue pedida a Rafael (a Sanzio, no a servidor). Es como si, para hacer algo especial, no bastase solo con esfuerzo o talento, se requiriesen de ambas. El otro día en el Etihad, 22 en el campo y dos en la banda nos lo recordaron durante 90 minutos.

«El fútbol llevado a otra dimensión«, afirmaba el comentarista de ESPN, David Faitelson tras ver el Manchester City-Liverpool correspondiente a la jornada 32 de la Premier League. Opinión que veía repetida en redes sociales de otros periodistas. Aquel encuentro fue una oda al fútbol que solo disfrutaron, al menos en vivo, los espectadores neutrales. Sufrí desde el minuto uno, sobra decirlo, pero la agonía de ver cada ataque del City fue diferente esta vez: sentía angustia, pero era capaz de admirar en tiempo real el trabajo de máquinas disfrazadas de humanos.
Este empate fue tan extraño, empezando por su mismo resultado. El City fue su mejor versión en mucho tiempo (se los digo yo, que sabe bien que es ver cómo te arrebatan tus sueños), fue capaz de pasar por encima del mejor Liverpool de Klopp que se recuerda. A lo mejor por eso fue un 2-2, y no otra goleada. Los ‘Reds’ se hicieron fuertes en sus errores y en los del rival, así mantuvieron viva la lucha por el título, por ahora.
Fue el partido de los dos segundos. Eso es lo máximo que duraba un balón en cualquier sector transitado de la cancha Citizen. Pero para los veintidós futbolistas eso era mucho tiempo. La relatividad. Dos segundos fue lo que tardó Bernardo Silva en asistir a De Bruyne en el 1-0 con un pase rápido, dos segundos fue lo que necesitó Salah para controlar, levantar la cabeza y asistir a Mané para el 2-2. Ese es el tiempo que separaba el acierto del error en una presión, en un pase. Lo más gracioso es que a los muy cabrones pareciese que no les afectara el correr del reloj ni la presión.

Por ello sorprenden los gestos tan humanos cuando el árbitro quiso bajar el telón de la obra: un abrazo entre Pep y Klopp, una charla entre De Bruyne y van Dijk. Recordamos que eran humanos, pero que tienen un talento y una voluntad especial. Porque este empate fue el mejor partido de lo que va de temporada no exactamente por el acierto, sino por ser capaces de provocar errores impropios en cada equipo.
Los cuatro goles tienen errores: el 1-0, una desconcentración en un saque rápido; el 1-1, nace luego de un mal despeje de un centro; el 2-1, de un fuera de juego mal tirado; y el 2-2 en el espacio de una espalda. Tuve que ver el partido en diferido (primera vez que lo hago) para darme cuenta que la belleza de este encuentro reside en los errores humanos, no en los aciertos. Tal vez a la gente le pareció espectacular ver a estos aliens fallar por primera vez.
Humana es la belleza y el fallo también. Miguel Ángel plasmó en su obra en la Capilla ligeras representaciones que denotaban su falta de autoestima frente a su trabajo y otros artistas. Ojalá hubiese visto este partido, para así darse cuenta que el error también es una oportunidad para hacer arte. La fibra se toca cuando con actitud te sobrepones a situaciones adversas, cuando usas tu aptitud para la transformación de lo feo a lo bello, del mal al bien, de la oscuridad a la luz.
Cuando la actitud y la aptitud se encuentran, somos capaces de olvidarnos de todo. Cuando estas dos se juntan, ocurre el nacimiento del arte.