Los genios son unos cobardes, la capacidad de pensar sirve como maquillaje para esconder la ausencia de fuerza bruta. Por eso los generales de guerra nunca van al frente. En la antigüedad, ellos se encontraban en el fondo con su caballo como única compañía. En la actualidad, no necesitan ni salir del cuartel. Abajo en el barro se encuentran tanto los astutos como las bestias, los impulsivos como los calculadores, pero siempre ante la frívola mirada de su jefe.
Sin embargo, cada tanto nos encontramos con esos generales que no pueden esperar al final de una operación para reagrupar filas y pensar en la próxima oportunidad para hacer valer su poderío. Por suerte, como dice Valdano: «El fútbol es la cosa más importantes de las menos importantes», pero cuando se vive un partido con la intensidad del Chelsea 2-2 Tottenham es normal olvidarnos, al menos por 90 minutos, más lo que agregue el árbitro, que este deporte no está pensado para causar enemistades.

Cuando los generales bajan al barro suele ser porque sus dirigidos llevan el significado de excelencia a otro nivel. Un nivel de cualidad que se ve plasmado en el 1-0 de Koulibaly, un gol de volea por parte de un central en contra de un equipo que trabaja al detalle la pelota quieta. También se sienten terrenales cuando al combate llega la polémica, como con el gol del empate a uno por parte del Tottenham cuando en el origen de dicha jugada se alega una falta sobre Havertz, que se marchaba solo para anotar el posible 2-0.
Luego de ese tanto llegaría la primera de las discordias entre mandamases: Conte celebraría el tanto del empate mandando a callar a su homólogo. Una disputa que, sumada a la revisión del VAR en el gol, demoraría la reanudación del encuentro unos tres minutos. Todo se suma en esta vida, todo cae por su propia causalidad y casualidad. El partido ya había entrado en un nivel de rudeza, tanto en el terreno de juego como en la banda, que dejaría claro que esto apenas empezaba.
Un solitario Reece James pondría el 2-1 para los ‘Blues’ tan solo nueve minutos después del incidente. Tuchel recorrería toda la banda, pasando frente a su nuevo archienemigo, para celebrar el que presumiría que sería el gol de la victoria. A partir de ahí, el técnico alemán se haría fuerte en sus virtudes: cerrar espacios, ser infalible en la pelota quieta y aprovechar la velocidad de sus atacantes para liquidar el encuentro.
Al minuto 90 el cuarto árbitro agregaría seis minutos, tiempo excesivo de no ser por lo ocurrido tras el 1-1. En una escena de película, en la última jugada del partido, los de Conte aprovecharían sus virtudes y los de Tuchel concederían la única oportunidad para dejarse hacer daño. Un córner desde la derecha puesto por Perisic sería conectado por Harry Kane que marcaría el anhelado gol del empate. Ambos se hicieron daño con su misma forma de percibir el fútbol.
El tiempo daría poco para más. Por protocolo, como todos al final del encuentro, ambos entrenadores se darían un apretón de manos que terminaría en una nueva disputa. Expulsados los dos, estarán inhabilitados, a falta de una resolución arbitral, el próximo encuentro. Por eso los generales nunca bajan al barro. En el fútbol se paga con una tarjeta roja, en la guerra, con la vida.
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