La carrera de Gareth Bale es meritoria de un análisis a través de un prisma distinto al del resto de futbolistas. El galés cada mañana mirará las estanterías de su casa y verá cuatro Champions Leagues, cuatro Mundiales de clubes, dos ligas españolas y varias supercopas y copas, nacionales e internacionales. Una cantidad de metal que deslumbra a la gran mayoría de futbolistas en la faz de la tierra. Una vida ‘dedicada’ al fútbol que, de no ser por su actitud, debería ser recordada e histórica. Sin embargo, sus polémicas extradeportivas, junto a la desidia que ha exhibido sobre el verde en los últimos años, han oscurecido el brillo de todo lo que ha conseguido.
Este verano decidió dar el paso que podía encauzar sus años finales hacia una desembocadura alejada de las aguas bravas. Volver a la que fue su casa, donde nació al foco mediático del deporte rey, parecía ser el ecosistema ideal para encontrarse a sí mismo. Durante el otoño y el invierno, el frío londinense congeló el anhelo por renacer del galés. Pero ahora que se acerca la primavera y los colores empiezan a apoderarse de los prados, él está buscando su propio florecer. Como si el fantasma de las navidades pasadas se le hubiera mostrado durante las vacaciones de enero.
En la novela de Charles Dickens, un espectro se muestra ante el avaro Ebenezer Scrooge con el fin de que cambiara su actitud. Para llevar esta tarea a cabo le muestra diversas imágenes de su pasado, para evidenciar que sus comportamientos deben cambiar. Una historia que se nos viene a la cabeza cuando hablamos del de Cardiff y su crecimiento repentino. Postales y recuerdos mágicos grabados en su retina. Esto le ha llevado de ser una pieza anodina para José Mourinho, que ni siquiera contaba como revulsivo, a ser la pieza determinante del Tottenham con cuatro goles y tres asistencias en apenas diez días. Un giro de los acontecimientos imprevisible y, a su vez, imprescindible.
Los ‘Spurs’, comandados por Kane y Son, comenzaron la temporada a un nivel superlativo. Con un carácter explosivo al atacar los espacios se situaron por un tiempo en lo más alto de la clasificación. Un lugar que, a priori, era una simple utopía. Aún siendo un equipo redondo, era quimérico sostener ese nivel de regularidad y competitividad a lo largo de 38 jornadas. Los más ilusos, presos por la necesidad de vivir historias diferentes, imaginamos una narrativa distinta a la actual. Pero los últimos campeones de la Premier League han sido Liverpool y Manchester City, batiendo todos los récords habidos y por haber, con 100, 98 y 99 puntos. Cotas de puntuación ilógicas y que caerán más pronto que tarde, pero que dejan un listón solo al alcance de los dos proyectos dominantes en Inglaterra. Con el paso de los fines de semana llegó la niebla a la capital inglesa para llevarse cualquier atisbo de esperanza.
Los ‘Sky Blues’ han vuelto a su velocidad de crucero que imposibilita todo tipo de competencia. Pero, más allá de ese crecimiento, la caída del Tottenham ha sido mayúscula. Ha pasado de soñar con tocar metal después de trece años a rogar un boleto para cualquier competición europea. Hasta la Conference League suena a objetivo hoy en día. Al final, cuesta mantener el galardón a la regularidad que le otorgó Mauricio Pochettino al club. Pero el argentino se fue y con él la consistencia.

En el lugar de su antiguo técnico, ahora cuentan con Gareth Bale como emblema de grandeza. Ideas y conceptos que difieren de forma quirúrgica entre argentino y galés. Uno garantizaba la estabilidad del día a día, de cada fin de semana. Lo dotaba de esa cualidad tan compleja que hace a un equipo bueno. Mientras que el otro se aleja de ese partido a partido, como bien diría el Cholo Simeone, para proporcionar un halo de grandeza. Dos caminos distintos que llevan a paraderos opuestos. Se alabó a ‘Poche’ por su gran virtud, pero le castigó no tocar metal. Eso mismo que el de Cardiff lleva en su ADN.
No será el mejor jugador en nómina para los ‘Spurs’, pero responde las dudas de majestuosidad que nublan la realidad ‘Lyliwhite’. No hay un futbolista en todas las islas que haya tenido más noches grandes en el viejo continente. Esas de martes o miércoles que separan a los futbolistas buenos de los históricos. Infinidad de jugadores han quedado en el camino de la derrota por intentar lograr lo que un día fue rutina de Gareth Bale. Lejos quedan esas lunas, pero la aureola mística no se pierde. Es una cualidad abstracta que va con el individuo.

Es por ello que ahora, en el momento de la verdad, lo mejor que le ha podido pasar a Mourinho es activar al jugador en propiedad del Real Madrid. En otros meses sería de menor relevancia, pero él florece, como los árboles, en primavera. Estando vivos en Europa League y con la necesidad de escalar puestos en Premier, computar con un peso como el de Cardiff hace que la moneda caiga cara cuando todavía está en el aire. Ahora el club se encuentra más cerca del sueño de vincular un trofeo al gallo que luce el Tottenham Hotspur Stadium.
Tal vez la historia hace que con Gareth Bale sea mejor saber dónde se pisa. También se puede narrar desde la perspectiva opuesta. Intermitente y determinante a partes iguales. Pero lo único imborrable son sus postales gloriosas a raudales. Momentos que necesita el Tottenham para demostrar que pertenece al selecto club de la más alta aristocracia inglesa. Un asiento que acomoda su propio Ebenezer Scrooge tras la visita del fantasma de las navidades pasadas. La llegada del verano nos relatará el desenlace de esta novela.