Hace justo 366 días (2020 es bisiesto) se disputó la final de Champions que enfrentó a Liverpool y Tottenham en el Wanda Metropolitano. Aquel día se produjo la consagración de los ‘Reds’ como uno de los mejores equipos del mundo. Mientras que, en el otro bando, los londinenses se marcharon de vacío y con una sensación agridulce. Tras ese encuentro, se atisbaba un panorama de incertidumbre. El proyecto de Mauricio Pochettino había alcanzado unas cotas inimaginables y, tras aquel resultado adverso, quedaba la sensación de que su final estaba cerca.
Previo paso del argentino por los ‘Spurs’, el club era un gigante dormido. O, más bien, un gigante escondido. La clara representación de ello se plasma en el ‘Saint Totteringham’s Day’, aquel día anual en el que el Arsenal celebraba que matemáticamente finalizaba la temporada por encima de los ‘Lilywhites’. Alcanzar el punto en el que tu rival acérrimo tiene una festividad que se basa en su superioridad abrumadora sobre ti refleja la situación que vivía el club.
El técnico argentino aterrizó en White Hart Lane al finalizar la temporada 2013-2014. Ambas partes estaban ante la etapa crucial en el devenir de su futuro. El técnico abandonaba el barco del ‘Soton’ para ser el líder de una tripulación que, más pronto que tarde, estuvo tras la pista del tesoro más preciado por todos los equipos. Sus pretensiones fueron claras y ambiciosas, él no quería las copas, su intención era la de competir por la Premier League y la Champions. Le tildaron de loco. Pero, como decía el psiquiatra escocés Ronald David Laing, «la locura es liberación y renovación potencial». Al final, el tiempo le dio la razón.
Sus inicios fueron calmados, sin grandes resultados. Tan solo un pequeño ascenso en los resultados con un quinto puesto y unos dieciseisavos de final en la Europa League. Sin embargo, al año siguiente, en la histórica liga que ganó el Leicester City, fue el claro aspirante junto los ‘Foxes’. Finalmente quedó tercero, pero hasta aquel gol de Hazard en Stamford Bridge, que propició una fiesta como pocas se recuerdan en casa de Jamie Vardy, era al Tottenham lo que Claudi Ranieri veía cuando echaba la mirada al retrovisor.

En el campeonato que alzó Antonio Conte con el Chelsea, el máximo perseguidor también vistió de ‘Lilywhite’. En esta campaña, Harry Kane se convirtió en el máximo anotador de la Premier League por segundo año consecutivo. Los ‘Spurs’ ya estaban asentados de manera firme entre la aristocracia inglesa sin hacer mucho ruido, pero a nadie le sorprendía.
No obstante, el momento álgido del camino de Mauricio Pochettino en el Tottenham se logró el 1 de junio de 2019, en la ciudad de Madrid. La primera final de Champions League de la historia del club londinense. Un momento único para comprender lo que consiguió el argentino desde el banquillo del White Hart Lane. Si ganaba, se proclamaba campeón del torneo más destacado a nivel de clubes y podía cerrar su estancia en la capital inglesa en lo más alto. De hecho, en la rueda de prensa previa al encuentro citó algo similar en tono jocoso. Si perdía, sería un instante que igualmente perduraría en la historia del club. Finalmente el resultado favoreció al Liverpool, los subcampeones se marcharon de vacío y con una sensación extraña.

Al no haber podido levantar metal, el técnico prosiguió en el equipo con la ambición de poder lograrlo, aunque sin las fuerzas necesarias. Había exprimido al máximo el rendimiento de cada jugador para poder luchar por los dos títulos que propuso obtener de manera temeraria al inicio de su ciclo. No obstante, comenzó el curso actual y los resultados fueron calamitosos. Hasta el punto de que se marchó por la puerta de atrás en el mes de noviembre. Quizás pecó de codicia en mitad del bullicio que propició esa final y sus últimos meses mancharon su nombre, pero las formas de su despedida fueron inmerecidas siendo la pieza de mayor relevancia en la historia reciente del club.
La sensación que quedó entre el graderío el Tottenham Hotspur Stadium fue agridulce. Tal vez el argentino les ha trasladado a una realidad utópica de la que se niegan a salir. Esos subcampeonatos no son el hábitat natural del club. Esas cuatro clasificaciones consecutivas a la máxima competición europea no era la corriente del equipo antes de que pasase Pochettino. El prisma por el que ven los ‘Spurs’ y la vara de medir que emplean han sufrido grandes alteraciones, y la causa principal vestía de traje y se sentaba en un banquillo.
El ciclo podría tildarse de triunfador, sin haber conseguido triunfos. Elevar exponencialmente a un club hasta alcanzar unas cotas competitivas de ensueño tiene un nivel de meritocracia muy elevado. Darle una identidad a una entidad perdida; hacerle respetable y temible, cuando antes la burla del rival tenía hasta una festividad, debe estar visionado como ganador. A pesar de no tener una imagen del capitán elevando un título al cielo, mientras el resto de integrantes se desbocan de felicidad, plasmando una postal para el recuerdo.
Mauricio Pochettino se marchó, dejando atrás un proyecto que ha transformado su carrera en los banquillos. Cinco temporadas que han sido más que fructíferas para el desarrollo de ambas partes. Hace un año estuvo cerca de tocar el cielo con sus propias manos, pero el fútbol no quiso premiar al argentino. Campeón solo puede ser uno y, en ese momento, le tocó a Jurgen Klopp y su Liverpool. Ahora, podemos declarar vencedores a los dos bandos de aquella contienda amistosa.